Mario Rivero, in memoriam

Por Mauricio Botero Montoya *

Mario Rivero murió infartado a sus 73 años. Envigadeño, buen conversador, enamoradizo, deja una obra poética sin barroquismo. Más bien clásica. Enfático al hablar dejaba la sensación de que había pensado a solas lo afirmado y lo negado. No decía bobadas. Conocía sus limitaciones y se cuidaba de dar opiniones económicas, por ejemplo. Pero tenía clara su visión estética. Su perspectiva para juzgar la pintura. Fue crítico y comentarista de arte. Como buen negociante paisa se hizo a una respetable colección de Boteros, Obregones, Graus.

Alguna vez conté cincuenta y cuatro pinturas en su casa solariega de La Candelaria en Bogotá donde pasó sus últimos días. Dirigió en los años ochenta el programa cultural Monitor de Caracol. Lo acompañamos junto con Jorge Mario Eastman, Clara López, entre otros. Salíamos a almorzar los domingos tras el programa al lado de la emisora de radio a la plaza de mercado de la Avenida 19, en donde ya lo conocían y nos brindaban una deliciosa carne asada a la brasa. Como poeta tenía posiciones drásticas contra la filigrana efectista y la versificación barata de fraseologías sin significado: No se andaba con rodeos al respecto. Recuerdo que necesitó del entonces presidente Belisario Betancur, ayuda para publicar su revista de poesía “Golpe de Datos” Mario nos contó que había amenazado a Belisario con publicarle unas lamentables traducciones que éste había hecho de Kavafis. Tras esta extorsión, verdad o no, la ayuda llegó. Pero de todos modos hicimos pública esa vejación a Kavafis. En otra ocasión despidió a un poeta que hacía de corrector de pruebas por haber dejado pasar dos gazapos.

Simultáneamente con Monitor tenía un programa de tangos, tema en el cual era una autoridad. En el programa preparado por él, Mario tenía la gentileza de dejar que Judith Sarmiento absolviera las preguntas cuyas respuestas él le había dado por escrito con anterioridad. Ese programa radial tuvo éxito pero recuerdo las quejas iracundas de Mario cuando un radio escucha envió una carta diciendo que la única que sabía algo de tangos era Judith. Y no el preguntón de Mario. En su juventud en Medellín tuvo de amigo al pintor Fernando Botero, su compañero generacional.

Fue trapecista. Cantó tangos. Grabó un disco del que sólo se preservaba copia en un traganíquel de un burdel de Medellín. Allí iba el poeta a peregrinar su juventud perdida, a oírse cantar.

Con Mario muere una sensibilidad, una forma especial de sentimiento.

*Escritor colombiano