¿Hasta cuándo?

Por Oscar Collazos*

No es que el presidente Uribe esté dudando antes de tomar la decisión y decir que se postula o no se postula para una segunda reelección. La incertidumbre es la estrategia de su política reeleccionista: mata dos pájaros con la misma pedrada.

Uno: mantiene en la línea de partida a los precandidatos uribistas. Estos están seguros de que si Uribe dice No, va a decir, al mismo tiempo, quién debe sucederlo. A partir de allí, se pondrá a funcionar la maquinaria de gobierno y las mayorías parlamentarias para abrirle camino a un candidato con más de lo mismo, dispuesto a gobernar en cuerpo ajeno.

La segunda pedrada pretende descalabrar a los precandidatos anti-reeleccionistas. Es decir, del Partido Liberal y del Polo, e incluso herir de muerte a alguno que, habiendo sido cabeza de la coalición de gobierno, dio en algún momento señales que no cayeron bien en el Ejecutivo.

El Presidente miente al tratar de convencernos de que se encuentra en una “encrucijada.” Y miente porque un día dice que no y otro que tal vez, que lo está pensando, que lo que a él le interesa es dejar bien amarrada su política de Seguridad Democrática.

Pregonar que su incertidumbre se debe a la posibilidad de que quien venga no siga lo que él considera el único camino para el futuro de este país, lo convierte en un gobernante mesiánico: si lo suyo no continúa, todo va a volver a las catastróficas profundidades del pasado. Su retrovisor no deja títere con cabeza.

El talante autoritario y mesiánico de Uribe empieza con la condena a todos los presidentes y gobiernos que le precedieron. Olvida que en más de veinte años de vida en la política y en casi todos los cargos públicos, él estuvo vinculado a esos gobiernos y a la cabeza de un gobierno regional que vio crecer en sus narices la colosal fuerza criminal del paramilitarismo.

Alrededor del Presidente suceden las cosas más abominables, se destapan las más oprobiosas ollas podridas, se revelan las mayores complicidades de sus amigos con los criminales, pero él, ungido de unos poderes especiales, ni siquiera es rozado por la culpabilidad. Cuando lo enredan en sospechas, monta en cólera, corcovea y reparte coces de furia.

Al mantener “quietos en primera” a los candidatos alternativos, hombres y mujeres que vienen incluso del establecimiento, el Presidente conseguirá que los suyos, acezantes en la línea de partida, salgan hacia la meta en estampida. Habrá conseguido entonces quemar a una generación, ungiendo de fuego sagrado a uno de sus pupilos.

Cuando Uribe le diga al pupilo elegido que ahí tiene la antorcha del relevo, el candidato del uribismo sabrá que también tiene a su favor a las cínicas mayorías del Congreso, hechas con suplentes de narcopolíticos de cinco mil votos, y a los organismos de control que moldeó según sus intereses.

Las ganas compulsivas de ser reelegido y el hecho de contar con una cada vez más severa corriente nacional e internacional que discute la legitimidad de sus propósitos reeleccionistas, han vuelto al Presidente paranoico, marrullero y simulador. Paranoico porque ve enemigos donde no hay sino críticos. Marrullero, porque dice Sí, No o Quizá según su interlocutor.

*Escritor y periodista colombiano