Buceó sin pudor ni temores en el fondo de la noche, y sus imágenes tienen la virtud de producir sensaciones encontradas, denunciando el pacto secreto que existe entre el bullicio y el silencio, entre el estampido de la felicidad y el reconfortante pálpito de la melancolía.
Gyula Halász, conocido planetariamente como Brassai, fue uno de los fotógrafos más influyentes de las primeras décadas del siglo pasado, al punto de que sus obras generan un entusiasmo rebelde y una acogida frenética entre los jóvenes amantes del arte fotográfico.
Nacido en Transilvania, como el celebérrimo y sediento Vlad Drácula y el felizmente amargo Emile Cioran, Brassai se trasladó a París, impulsado por una intensa fiebre, mitad erótica y mitad proustiana, y pronto fue uno de los periodistas de planta de los periódicos más importantes y convencionales. Y, como una anunciación, le tocó en suerte, por muchos años, cubrir las noticias del París nocturno, lo que alertó su pupila y le hizo descubrir que, más allá de las palabras, dormitaba en él un impenitente perseguidor de imágenes y un ojo aclimatado a los desasosiegos y hallazgos que la "Señora oscura" inventa con prodigalidad insensata.