Paradójica condición la del capitalismo global: el hiperconsumo en las sociedades del mercado, nutre a los ciudadanos de desechables bienes materiales y simbólicos, pero a la vez los desnutre como ciudadanos analíticos y autónomos. Obesidad consumista, anorexia de sentido crítico-creativo. La paradoja es crónica: se vive entre un ciudadano seducido, anonadado y hechizado por el macromercado, y un consumidor depresivo, saturado pero insatisfecho, lleno pero indigesto. De modo que, entre más nos llenamos de deshechos en las híper-ofertas, más nos vaciamos en la sociedad del desengaño y la frustración. Plenitud simulada, decepción real.
Comprar más, acaparar más, turistear más, gozar más, producir más, tirar más, saturarse más, adquirir, desechar y remplazar, refleja la mentalidad de un capitalismo que ha introducido su ideología expansionista y desarrollista en un individualismo extremo, el cual ve fracasadas sus aspiraciones cuando se topa con las pocas posibilidades de realización. Entonces crece el desengaño en esta cultura de paradojas; aumenta la decepción en la vida cotidiana. Entre más cantidad de productos ofertados, mayor zozobra al no poseerlos todos al infinitum. Satisfecho un deseo de compra aparece la carencia de nuevo. La sociedad del mercado garantiza una permanente angustia metafísica en línea. He aquí lo paradójico: llenura efímera, vacío perpetuo. No cumplir con dichos rituales, que rayan lo patológico, es correr un gran peligro. La identidad, la autoestima, el sentido de pertenencia social se verían afectados. El consumo es una carrera por lograr distinción y reconocimiento como ciudadanos de primera categoría.
En la sociedad del mercado, se impone entonces que cada cual trate de convertirse en un seductor producto, consumible y consumidor. Estar visible y vendible en las vitrinas es de suma importancia, de lo contrario se le redactará su acta de defunción. Y las vitrinas son las redes digitales, las pantallas, los diversos escenarios del marketing, nuestra mejor imagen para los empleadores, la exposición de intimidades. He aquí al consumidor consumido. De la soberanía del sujeto ciudadano moderno, pasamos a la llamada “soberanía” del consumidor mediatizado, nueva falacia del capitalismo global.
En el plano político también observamos los impactos del síndrome consumista. Cuando es mayor la desconfianza de los ciudadanos hacia la política y los políticos, es más agresiva la instalación de populismos mediáticos y de caudillos elegidos a perpetuidad por acomodadas democracias. La despolitización y la falta de análisis en las mayorías, es caldo de cultivo para los regímenes sensacionalistas y pasionales. La dinámica es contradictoria: masificación de un sentimiento populista y efusivo en medio de un escepticismo respecto a los políticos.
No cabe duda que, en esta época dedicada al consumo hedónico y onanista, gran parte de los ciudadanos cambien la reflexión crítica por la espectacularidad de las emociones histriónicas de los caudillos. Sus discursos patrióticos, tradicionalistas y moralizantes, les llega en medio de sus nebulosas y confusas opiniones, convirtiéndose en tablas salvadoras para el naufragio ideológico. Entre más decepcionados estén los individuos, más esperanzados se presentan ante los esquemas conservadores que dan supuesta estabilidad y seguridad en la sociedad fragmentada, dispar y caótica. De allí que se vea bien pedir un retorno al orden, al régimen de la fuerza en esta “atmósfera anárquica".