Por Henry Posada *
Cuando era un niño siempre me acompañó la radio, hacía zapping como un bobo maravillado con el invento del italiano Guillermo Marconi, y recuerdo que en un aparato antiguo, marca Phillips, una de las pocas posesiones de mi padre, oía todas las radionovelas de la época: Arandú el príncipe de la selva, El león de Francia, Kalimán en la prodigiosa voz de Gaspar Ospina, Pedro Alvarado y los cuentos de hadas donde aparecían las voces de las historias de Andersen, Perrault, los hermanos Grimm… todo aquello constituyó un aletazo de maravilla. Mi madre solía llevarme al radio-teatro de la voz de Antioquia desde donde transmitían en vivo y allí vi a Montecristo, El trío de oro, y muchos otros artistas. Fue este el germen de una virulenta pasión.
La radio estaba en su esplendor y desde entonces fue la sombra y uno de los cómplices principales de mi vida, y cuando intento reunir sus hilos rotos, ahí están las lejanas y ya extintas emisoras, como voces tatuadas en la memoria: José Nicholls Vallejo en La voz de
El azar o el destino me acercaron a los estudios de la radio, cuando, hará unos quince años, me propusieron un programa de tangos en una emisora de Buenaventura. Se trataba de colonizar la media noche. Yo acepté, seducido por la radio cultural que escuché en mi infancia en Santiago de Cali, y representada principalmente por la HJSA
Tintos y Tintas nació merced a los buenos servicios del infatigable y bellamente loco Fernando Taseche, quien era el coordinador de programación. Nació, para decirlo de manera metafórica, el bello magisterio de la palabra, un formato de una hora en tiempo real con cortinillas musicales breves. Empecé por hablas con Rafael Humberto Moreno Durán, y él me dijo, “lo que más agradece un novelista es que lo lean”, por eso he devorado literalmente todo lo que ha pasado por mis manos desde obras de largo aliento como El arrecife de Juan Carlos Botero, La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor, Sin remedio de Antonio Caballero, Ursúa de William Ospina, hasta las más breves como Zanahorias voladoras de Antonio Ungar, Sin título de la impetuosa jovencita Margarita Posada, Manual de pelea de Andrés Burgos.
He tratado de que el programa sea una charla espontánea donde desentrañemos las claves de la novela, irnos por sus entresijos, su estructura narrativa, medrando en su lenguaje. No es un programa críptico, denso, hermético, ni tampoco light, sino, como debe ser la radio, ágil, espontáneo, con espacio abierto para chascarrillo, el fogonazo.
Me satisface que hayan estado en los micrófonos de
Finalmente quiero decir que amo profundamente el arte en todas sus expresiones y que también he votado por cantaoras como Totó la Momposina, juglares como Paco Ibáñez, cineastas como Víctor Gaviria, Felipe Aljure y Lisandro Duque, artistas plásticos como Beatriz González y David Manzur y dramaturgos como Santiago García….
Bienaventurados los creadores por qué de ellos será el reino de la radio…