Se trataba de uno de los pensadores más importantes y vitales de la última hora de la imaginación universal, y todos nos sentimos eclipsados por sus puntos de vista fulgurantes, sus hallazgos luminosos, sus palabras bañadas de genial suspicacia y sus consideraciones alrededor de la muerte, Nietzsche, Derrida, el nihilismo, la experiencia del límite, el suicidio, el azar o el amor. Desde que lo conocimos y lo entrevistamos prolijamente para la revista Común Presencia sentimos su conversión en un pariente cercano y celebramos su conciencia irónica y abrasiva.
Franco Volpi (Vicenza 1952 – San Germano dei Berici 2009) fue Profesor titular de filosofía en la universidad de Padua y Standing Visiting Professor en la de Staffordshire (Inglaterra). Se manejaba con fluidez en ocho idiomas. Tuvo la cátedra de filosofía en la universidad de Witten/Herdecke (1991-1998), y enseñó en otras importantes instituciones europeas y americanas. Fue becario de la Fundación Alexander Von Humboldt, miembro de la Academia Olímpica y del Istituto Veneto di Scienze, Lettere e Arti. Galardonado con los premios literarios «Montecchio» (1989), «Capo Circeo» (1997) y «Nietzsche» (2000). Entre sus publicaciones en español, además de sus valiosas ediciones de Schopenhauer (Alianza), Heidegger (Adelphi), Carl Schmitt (Trotta) y Nicolás Gómez Dávila (Villegas) sobresalen: Los titanes venideros. Ideario último de Ernst Jünger (Península 1998, con A. Gnoli), Enciclopedia de los filósofos (3 vols., Herder Barcelona 2005), El solitario de Dios (Villegas, Bogotá 2005) y El dios de los ácidos -Conversaciones con Albert Hofmann (Siruela 2008, con A. Gnoli). Escribió también para los diarios la Repubblica, Frankfurter Allgemeine Zeitung y para la revista semanal Panorama.
A continuación un fragmento de su libro El Nihilismo (2007), publicado por la gran editorial Siruela, cuyas ediciones, lastimosamente, brillan entre nosotros por su ausencia.
El hombre contemporáneo se encuentra en una situación de incertidumbre y precariedad. Su condición es similar a la de un viajero que por largo tiempo ha caminado sobre una superficie helada, pero que con el deshielo advierte que la banquisa comienza a moverse y se va despedazando en miles de placas. La superficie de los valores y los conceptos tradicionales está hecha añicos y la prosecución del camino resulta difícil.
El pensamiento filosófico ha intentado ofrecer un diagnóstico de tal situación, de los males que afligen al hombre contemporáneo y de los peligros que lo amenazan. Y ha creído poder detectar la causa esencial de todo esto en el nihilismo. ¿Pero qué es el nihilismo?
Como término, el nihilismo ya hace su aparición a caballo entre el setecientos y el ochocientos en las controversias que caracterizan el nacimiento del idealismo alemán. Más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, llega a ser tema general de discusión. Pero emerge como problema, en toda su virulencia y vastedad, en el pensamiento del novecientos. Como expresión de tentativas artísticas, literarias y filosóficas dirigidas a experimentar la potencia de lo negativo y a vivir sus consecuencias, ha traído a la superficie el malestar profundo que hiende como una grieta la auto comprensión de nuestro tiempo. Ya Nietzsche lo apostrofaba como “El más inquietante de los huéspedes”. Mientras tanto, este huésped siniestro merodea ahora por todas partes de la casa, y no tiene sentido ya seguir haciendo como si no estuviera o sencillamente intentar ponerlo de patitas en la calle. ¿Pero qué es lo que significa verdaderamente nihilismo?
Encontramos la respuesta a nuestro interrogante en Nietzsche, el primer gran profeta y teórico del nihilismo. En un fragmento escrito en los últimos destellos de lucidez, en el otoño de 1887, haciéndose él mismo la pregunta responde:
“Nihilismo: ¿falta el fin; falta la respuesta al para qué? ¿Qué significa nihilismo?: que los valores supremos se desvalorizan.”
El nihilismo es, por lo tanto, la situación de desorientación que aparece una vez que fallan las referencias tradicionales, o sea, los ideales y los valores que representaban la respuesta al para qué, y que como tales iluminaban el actuar del hombre. En otro importante fragmento escrito en el invierno de 1887-1888 Nietzsche ilustra la dinámica que instiga la desvalorización de los valores supremos y provoca la llegada del nihilismo:
“El hombre moderno cree de manera experimental ya en este valor ya en aquel, para después dejarlo caer; el círculo de los valores superados y abandonados es cada vez más amplio; se advierte siempre más el vacío y la pobreza de valores; el movimiento es imparable, por más que haya habido intentos grandiosos por desacelerarlo. Al final, el hombre se atreve a una crítica de los valores en general; no reconoce su origen; conoce bastante como para no creer más en ningún valor; he aquí el Pathos, el nuevo escalofrío. Lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos.”
Entretanto, la profecía de Nietzsche –este Saulo raptado por la demencia en el camino a Damasco- se ha confirmado. El fuego que él encendió se extiende hoy por todas partes. Cualquiera puede ver que el nihilismo no es tanto el oscuro experimento de extravagantes vanguardias intelectuales, sino que forma parte ya del aire mismo que respiramos. Su presencia ubicua y multiforme lo impone a nuestra consideración con una evidencia que solamente está al mismo nivel de la dificultad de abarcarlo en una definición clara y unívoca. En cuanto al diagnóstico del nihilismo sobre los anámnesis de las patologías y del malestar cultural que representa, los ánimos se dividen. Incluso las indagaciones históricas sobre la génesis del término han traído a la luz los indicios de una manifestación compleja y ramificada del fenómeno.
Como una primera definición indica, siquiera por respeto a la etimología, el nihilismo –de nihil, nada- es el pensamiento obsesionado por la nada. Si así fuese, se podría intentar volver a encontrar el nihilismo y sus huellas en la historia de la filosofía occidental, por lo menos en todo pensamiento en el cual la nada acampa como problema central, a pesar de Bergson, que la contaba entre los pseudo-problemas.
En tal sentido, Georgias podría ser considerado el primer nihilista de la historia occidental por la fulmínea inferencia que de él se nos ha trasmitido: nada existe, pero si algo existiese no sería cognoscible, y si de todos modos fuera cognoscible no sería comunicable. Siendo así las cosas habría que preguntarse si una historia del nihilismo no debería incluir también a Fridugiso de Tours…
Tampoco la filosofía puede eximirse de pensar la nada, si es verdad que para cumplir con el deber que le es propio, vale decir, la pregunta acerca del ser en cuanto ser, debe deslindar a este último de su oposición esencial, es decir, de la nada. Esta es la razón de la drástica conclusión a la que en este respecto llega Heidegger:
“La pregunta de toque más dura, pero también menos engañosa para probar el carácter genuino y la fuerza de un filósofo es la de si experimenta súbitamente y desde los fundamentos la vecindad de la nada en el ser del ente. Aquel al cual esta experiencia lo obstaculiza está definitivamente y sin esperanza fuera de la filosofía”.