Dejemos hablar a Onetti

Por Mauricio Contreras Hernández

Según Mario Vargas Llosa, este escritor montevideano, taciturno y esquivo hasta la frontera de la grosería, es el fundador de la moderna literatura latinoamericana. Su cerrado universo novelístico, ocurrido en la imaginaria Santa María y en un Montevideo tragado por la bruma, la somnolencia y el cansancio, ha ido ganando lectores y prestigio con el paso del tiempo, luego de que fuera relegado e incomprendido durante décadas. Alguna vez, incluso, perdió un premio frente a un escritor tan convencional y ahora olvidado como Eduardo Mallea. Juntacadáveres, La Vida Breve, Los Adioses, El Astillero, Dejemos hablar al viento y Cuando Ya no importe, entre otras, construyen su ambiguo y portentoso edificio verbal, donde todos los personajes están siempre intentando configurar un gesto esencial que los ponga a salvo de la infernal rutina. Adelante, el poeta Maurico Contreras rinde homenaje al centenario de su nacimiento, con un texto sobre una de sus últimas ficciones

Hace cierto tiempo, por obra del azar al que cada vez arriesgo más, recogí de una pila de libros uno titulado Dejemos hablar al viento. ¿Por qué reclamó mi atención? No fue el nombre de su autor, el cual me resultaba entonces un ilustre desconocido.

Fue el título. Nada más preguntarme por su insistencia memoriosa, recordé aquellos versos de Pound:

He intentado escribir el Paraíso

No os mováis

Dejad hablar al viento

Ese es el Paraíso

Cuál no fue mi sorpresa al encontrar como epígrafe de esta novela, lo versos que acababa de recordar. Desde entonces la alianza quedaría sellada.

He recorrido una y otra vez estas páginas de narración despiadada. Las flores no abundan por allí, como dice alguno de los personajes. Éstos se expresan con tonos desaliñados y precisos como un bisturí que libera del absceso. Un mundo iluminado por la sordidez, reducido a esa simbiosis primitiva que acerca especies en peligro, donde las relaciones son permanentes tropiezos necesarios.

Medina busca “una ola blanca, sucia, podrida, hecha de nieve y de pus y de leche que llegue hasta la costa y se trague el mundo…”

He aquí algunos rasgos de la poética que se esboza. Los seres humanos habitan un exilio borroso, a la intemperie, no aciertan a vislumbrar un origen. Quieren regresar, intuyen una posibilidad, una mínima esperanza de comunión, de amor incluso.

Pero estos seres no son héroes. Simplemente dejan que todo suceda. Experimentan una vivencia intensa del acontecimiento que genera su propia justificación, no es posible interpretar el destino desde fuera, ya no hay dioses.

La realidad de estos personajes es la de un ghetto. Allí sobreviven aislados, medrando en los márgenes, en los bordes. Los acercan pequeñas frustraciones que alimentan e intercambian entre sí, en precarios rituales cotidianos. Así, con desgano, van bordeando la miseria espiritual de la época.

Escrita en un lenguaje gris metálico, como esas latas vacías arrastradas entre callejones bajo la suciedad luminosa de la tarde. Lenguaje tortuoso, casi delirante. Imágenes deformadas por la llama de alcoholes que arden invisibles.

Hoy, sin precisar si final o comienzo de algo, bajo un cielo sin techo, abro en cualquier página y leo, irremediable:

“Antes de apartarse de la mesa estuvo oliendo los jazmines… Sintió que algo había llegado a la madurez y a la pudrición mientras caminaba hacia la escalera; que había estado tragando con asco una misma cosa durante años y que ahora necesitaba vomitarla”.

Necesidad de ciertas purificaciones, de un bautizo que renueve algo, que nos confirme en esas márgenes que creemos haber conquistado, aún a pesar de nosotros mismos, principal obstáculo para atizar una lumbre en mitad de tanto invierno y jadeo de dios.

Un renacimiento que con nuevas tachaduras borre tanto pasado de grandilocuencia, que rescate ese misterio de lo simple, de los actos mínimos, la desesperanza como divisa.

Liberación de la roca a la que permanecemos atados: esa necesidad de utopía y de grandes expiaciones. Y de eso sí que sabe el autor de este libro. He intentado describir la obra, dejemos hablar a Onetti quien intenta abolir el paraíso.