Stefania Mosca: Punta de lanza

Por Enrique Hernández-D’Jesús

Ha muerto en Caracas, la semana anterior, una de las figuras más notables de las últimas generaciones literarias de Venezuela: la ensayista y novelista Stefania Mosca, quién publicó en vida libros como Memoria del olvido, Seres cotidianos, Banales, Mi pequeño mundo y Maternidad. A continuación publicamos el texto escrito por el poeta y editor Enrique Hernández D’Jesús, quien la tuvo hasta su desaparición en la lista de sus indispensables.

Escribir sobre Stefania es atravesar todo aquel territorio que necesita penetrar hasta lo más profundo del ser humano. Su manera de encontrar las cosas es terriblemente esplendorosa, porque allí anida un secreto suyo que transforma los puntos cardinales en agorerías y por supuesto más allá de los fantasmas que cercan a la escritora poeta, nos conduce también a precisar el objeto que es norma vital de la prosa inteligente. Es necesario llamarla para que escuche su propia y definitiva oración, oración que tiembla con el pulso a todo riesgo. De dónde sacar tantas y profundas heridas, todas multiplicadas por el espectro de la inteligencia de la sin razón. Hay que leer a Stefania para relatarse uno mismo el fin de una jornada esplendorosa y terrible, pero que, como águila solitaria todo lo que dice corresponde al reino del homenaje que trata de rendírsele. Ella lo es todo, la brisa que pasa, apenas se sostiene de un lado a otro del espejo. Y aquí si vamos a precisar que el espejo es una cuestión de honor, honor que pisa más lejos de lo que uno se imagina, porque detrás de cada uno de nosotros siempre habrá un pájaro vigilante.

La jornada que comienza es tormenta que se cuela en lo más profundo del ser humano. Humano porque atraviesa todo el espacio vital que el escritor necesita para desnudarse, siempre, con la fortuna de no encontrar nunca lo que se persigue, pero donde habita sin lugar a dudas una noche rabiosa, como el aullido, el discurso del viejo lobo. Ese puede ser el contacto permanente con la sabiduría del que nada sabe pero vive y vive haciendo temblar las paredes de la melancolía. Ahí lo tiene caminando muy ligero para que nadie la alcance nunca, jamás. Porque son pedazos de un mismo y asombroso cuerpo humano, cuerpo que no deja de iluminarse en las postrimerías del baile, y un poeta que clama por sus preparativos de viajes, o acaso en lugar del resplandor, es un cuaderno donde las notas poéticas se pierden en los festejos y sacrificios, de un animal que camina con sueños y más sueños. Un pájaro que nada en la esfera llamada tierra y que se parece más de lo que uno cree al ángel de las delicias, porque hemos estado allí y no nos cansamos de inventar todo lo que corresponde a la sabiduría de los textos, llenos todos ellos de fantásticas quimeras que son como la punta del iceberg donde aparecen y desaparecen los más grandes ejemplos de la poética. Viaje al fondo del océano, escritura primigenia, el primer símbolo de lo que vamos a ser nunca. Cuestión de honor, ya lo dijimos y se trata precisamente de invadir cualquier espacio donde renazcan las virtudes y las no virtudes, por eso, nos incita todo lo que este ser humano ha dicho y seguirá diciendo para gloria del espíritu y sabiduría de la vida. Que sea siempre así, y la inventaremos desde el principio hasta el fin, porque ella es punta y lanza del amor y la arbitrariedad y de la belleza de la palabra.

Agrego este poema de Gonzalo Ramírez:


UN DELIRIO EN TODA SU PUREZA

Un delirio en toda su pureza. Un delirio por amor y sin equivalentes. Un delirio que nos enseñe a no ceder.

Los dedos sólo hablan de verdad cuando es llegado el instante del acariciar: la caricia es su lengua.

Una certeza abierta que se prolonga cada día en un dar dándose a luz, a pesar de la oscuridad que me nombra, que tengo, que soy.

Mamar el cielo, como los taoístas, con entera devoción: bienaventurada lactancia para comenzar el día.

Y llega la inevitable, por padecida, interrupción. Hay el más inexpresable dolor de por la tarde: es la voz compungida de Diego que trae una oscura noticia. Ah, amadísima Stefania, por qué a ti, varona de dolores, por qué así. Hasta cuándo, puta madre muerte, vas a seguirme pegando abajo, donde duele.